domingo, 5 de junio de 2011

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Nº 16 Noviembre 2005 > Educación básica > Lengua
El Quijote en la clase de literatura
Algunas consideraciones para encarar con los alumnos la lectura del Quijote, criterios para elegir adaptaciones de esta obra y, a modo de ejemplo, el análisis del episodio de los molinos de viento.

Mariana Podetti

El Quijote es una de esas obras que consideramos clásicas, parte de nuestro acervo literario, una referencia cultural insoslayable, que la escuela no puede dejar de dar a conocer a los alumnos. «La primera novela moderna», «la primera gran novela de la literatura mundial», «el libro por excelencia de la literatura española» y «la mejor novela del mundo» son algunos de los epítetos que se le han aplicado. En España, ya desde el siglo xix, la lectura del Quijote fue incluida como contenido escolar, y se comenzaron a publicar versiones abreviadas o adaptadas a su uso en las escuelas.[1] A lo largo del siglo xx, a la producción editorial se sumó la de los nuevos medios audiovisuales y electrónicos. Y en este año en particular, en que celebramos el cuarto centenario de la publicación de su primera parte, han proliferado nuevas ediciones, adaptaciones, transposiciones, propuestas didácticas y múltiples acercamientos a la obra de Cervantes dirigidos a un público infantil o juvenil.
Como atestigua la investigación de Badanelli Rubio, y lo confirma una somera exploración por sitios educativos de Internet que hacen referencia al Quijote, los usos pedagógicos que se han hecho del texto de la obra son innumerables. Se pueden encontrar desde propuestas destinadas a la enseñanza del español como lengua extranjera, hasta actividades para ejercitar conceptos matemáticos, ubicar lugares geográficos o reflexionar sobre cuestiones éticas, pasando por ejercicios de ortografía, sintaxis, producción escrita y lectura de imágenes.
En las líneas que siguen nos concentraremos en el abordaje del Quijote como texto literario, prescindiendo de los usos que se planteen otros objetivos, como enseñar gramática, redacción, música o cine, por más que —se sabe— la lectura de buenos libros nos lleva a aprender muchas cosas a la vez y, con frecuencia, algunas insospechadas. Ahora bien, antes de preguntarnos cuál es la mejor manera de acercar este texto a nuestros alumnos, será provechoso detenernos en los tópicos que rodean la valoración de la obra, para no caer en algunas trampas que pueden tendernos.

Algunos lugares comunes de los que conviene desconfiar

Aunque los lugares comunes —aquellas afirmaciones ampliamente compartidas por la comunidad— muchas veces sean ciertos, también pueden resultar engañosos. Los aceptamos precisamente porque son lugares comunes; los hemos oído innumerables veces en boca de todo el mundo, y resulta difícil contradecirlos. Pero es necesario analizar qué significan para evitar, por ejemplo, el uso de una misma palabra o una misma frase para expresar sentidos muy diversos e, incluso, poco convincentes.
¿Cuáles son las afirmaciones más habituales que caracterizan al Quijote y, a la vez, proporcionan una valoración de la obra? Que se trata de un clásico, que es universal, que tiene algo para decirnos a todos, en cualquier época y lugar.
Que se trata de un clásico es indudable, si por clásico entendemos una obra valorada a lo largo de siglos, que continúa siendo reeditada, leída, analizada, interpretada, citada. Y en este caso, con una peculiaridad, que Francisco Ayala explica muy bien: «para el lector actual, el protagonista de la novela –o, mejor dicho, la pareja protagonista– posee una existencia anterior al texto mismo».[2] El lenguaje mismo ha cristalizado algunas palabras y expresiones bastante comunes, como quijotismo, quijotesco, pelear contra molinos de viento, que remiten a la obra y contienen, encapsulado, su desarrollo narrativo.
Ahora bien, la afirmación será menos exacta si lo que se quiere decir es que se trata de una obra atemporal, que el hecho de que sea leída y disfrutada en diferentes épocas significa que ha superado «los límites de su propio tiempo», de tal modo que adquiere un carácter «universal» y «permanente». Nada más lejos de la verdad. Un clásico, por el hecho de serlo, no pierde su carácter histórico. El Quijote no se escribió solo, fuera de un tiempo y un espacio. Su texto lleva en sí las huellas del proceso de producción que le dio origen, y el hecho de que aún hoy podamos reírnos de sus juegos de palabras e identificarnos con algunas situaciones no implica necesariamente que, para lectores de otros lugares o otras épocas, la historia, sus personajes y sus episodios sigan resultando significativos.
El imaginar el Quijote flotando en una suerte de éter intemporal y presentarlo así a nuestros alumnos puede dar lugar a notables malentendidos. En primer lugar, nos impedirá identificar las referencias autobiográficas e históricas, así como reconocer la amargura que los intelectuales de la época sentían al asistir a la pérdida del esplendor y el poder de los que España había gozado un siglo atrás. En segundo lugar, lo que resulta una pérdida tal vez mayor, obturará la posibilidad de comprender el carácter paródico de la novela, junto con la esencia de la locura del protagonista, que consiste en volverse un personaje anacrónico y fantasioso: don Quijote se cree un caballero andante, un personaje de las ficciones caballerescas que ha leído y habla como tal, con un lenguaje arcaico que no corresponde a la época en que Cervantes escribió su novela. Sin estas referencias, estamos violentando la historia y a sus personajes. No es cierto que todas las épocas sean iguales, que la Odisea de Homero sea lo mismo que el Ulises de Joyce —y, mucho menos, que la Odisea del espacio—, que el reclamo del robot Andrew Martin —protagonista de El hombre bicentenario, de Isaac Asimov— de ser declarado humano sea análogo al deseo de don Quijote de ser armado caballero. O en todo caso, se trata de comparaciones que no nos permiten avanzar mucho en la comprensión de la novela.

El contexto que debemos conocer

¿Quiere decir esto que no es posible disfrutar de la lectura del Quijote hasta no conocer en profundidad el período en que fue concebido? De ningún modo. Pero algunas referencias básicas permitirán multiplicar los sentidos que se pueden leer en la obra y, por lo tanto, alcanzar una mayor comprensión del texto y disfrutarlo más.
El período en que vivió Cervantes —y en el que se sitúa don Quijote— es interesantísimo y lleno de acontecimientos significativos para la historia de España y de América, y la propia biografía de Cervantes, cargada de aventuras que podrían parecer de ficción, se entrelaza con algunos hechos históricos clave.
Cervantes nació en 1547, durante el reinado de Carlos I, y murió en 1616, mientras reinaba Felipe III. Vivió, entonces, el apogeo del imperio español y el comienzo de su debilitamiento. Participó en la batalla de Lepanto, como parte de la armada al mando de Juan de Austria, y estuvo cinco años cautivo en Argel. Fue proveedor de las galeras reales, para la expedición de la Armada Invencible contra Inglaterra, de resultado desastroso para España. En 1597 estuvo preso por deudas durante tres meses, período en el que se supone comenzó a idear el Quijote.
La cantidad y la complejidad de información que pueda proveerse a los alumnos —así como el modo que el docente elija para que accedan a ella— dependerá, por supuesto, de la edad y el nivel que están atravesando. El momento en que se introduzca la información dependerá también de la evaluación que el docente haga del interés del grupo. No es necesario estudiar el contexto histórico antes de la primera lectura de la obra, ni conviene presentarlo como un mero marco en el que la obra queda inscripta. Antes bien, es un buen ejercicio ir del texto al contexto y volver al texto, de acuerdo con las exigencias que plantee la lectura.
En los niveles inferiores, el docente podrá introducir la narración de algunos episodios históricos o de la vida de Cervantes. En los niveles superiores, les puede pedir a sus alumnos que ellos mismos investiguen para obtener información, pero siempre será necesario vincular en clase, entre todos, los datos del contexto histórico con sus huellas en la obra. Y, por supuesto, el docente debe haber investigado antes, por su parte, para contar con la información que espera que los alumnos traigan a clase, para poder seleccionar los datos más significativos y no dejar de lado nada importante.

Las adaptaciones: criterios para la selección

El texto original del Quijote es de una complejidad que hace difícil ofrecérselo a los alumnos de los niveles inferiores. Se hace necesario, entonces, elegir una buena adaptación. Como las hay de diverso tipo, convendrá tener presentes algunos criterios para la selección. En principio, se podría decir que una buena adaptación del Quijote no debe alterar sustantivamente la historia —aun cuando, necesariamente, deba omitir o resumir muchos episodios— ni modificar el carácter de los personajes. El Quijote es, como ha señalado la crítica, una novela de personaje, y es importante que las adaptaciones del texto reserven espacio suficiente para desarrollar la caracterización de los personajes tal como ha sido construida en la obra original. Finalmente, el lenguaje empleado no debería perder su impronta cervantina. Éste es un punto harto complicado, veamos algunos de sus aspectos.

El Quijote despliega una compleja polifonía, dado que, por una parte, es una novela realista en la que —según el principio del decoro— cada personaje habla de acuerdo con su origen, su condición social y su temperamento; por otra, porque contiene referencias a diversos géneros literarios de la época y retoma los rasgos, los tópicos y el estilo propios de cada uno: esto es particularmente notable para el caso de las novelas de caballerías y la novela pastoril, que aparece representada en varios de los relatos intercalados.
La comicidad propia de la obra se basa en gran medida sobre el uso del lenguaje: las prevaricaciones de Sancho (presonaje por personaje, o litado por dictado), el abuso del refranero, las paronomasias (despenar-despeñar, consumido-consumado, tanda-tunda), las dilogias (la más cruda y la más asada señora) y el uso de la hipérbole y la litote (¿Leoncitos a mí?) son resortes humorísticos poderosos, que habría que tratar de no perder.
Se ha señalado también la presencia del lenguaje conjetural, en estrecha correspondencia con la imagen de una realidad ambigua: se destacan, en este sentido, el uso del verbo parecer, el auxiliar deber de, el futuro y el condicional con valor modal, construcciones u oraciones comparativas encabezadas por como y por como si.[3]
En una versión destinada a los más pequeños, no es posible conservar la compleja sintaxis arcaizante empleada por don Quijote ni la artificiosa retórica de la literatura pastoril, porque el texto resultaría incomprensible para su destinatario. Sin embargo, tampoco sería adecuado aplanar las diferencias: un moderado contraste de estilos, con la aparición de algunos arcaísmos que les llamen la atención a los niños, y sobre los que el maestro se podrá detener, puede funcionar como una auténtica adaptación. También es importante que las adaptaciones conserven, en lo posible, los juegos de palabras del original y el tono conjetural.
Con los alumnos mayores se podrán trabajar algunos capítulos del texto original, preferentemente en una edición con anotaciones que apunten a facilitar la lectura y reduzcan al mínimo las disquisiciones filológicas.

Un ejemplo: análisis y comentario del episodio de los molinos de viento

Probablemente el episodio más conocido del Quijote sea el de su fallida batalla contra los molinos de viento, que se extiende por unas dos páginas del capítulo viii de la primera parte. Su brevedad y su carácter principalmente dialógico lo hace apto para ser leído en voz alta en clase y ser analizado en profundidad. En él convergen elementos que permiten caracterizar la estructura de la obra, su carácter paródico, los rasgos básicos de la pareja protagónica y el lenguaje utilizado.
Si éste es el primer episodio de la obra que se lee con los alumnos, será conveniente contextualizarlo: presentar al protagonista, contar cómo llegó a la locura a causa de su afición por los libros de caballerías y referirse a las características de este género, para poder comprender el sentido de la parodia que atraviesa toda la primera parte del Quijote y este episodio en particular.
Martín de Riquer distingue tres géneros literarios a los que dio lugar la institución de la caballería andante: la biografía del caballero (como el Victorial, o biografía de don Pero Niño), la novela caballeresca (como el Tirant lo Blanch) y los libros de caballerías (como el Lancelot).[4] La principal diferencia entre las novelas caballerescas y los libros de caballerías reside en la verosimilitud: mientras que, en las novelas del primer grupo, tanto el protagonista como la trama, a pesar de ser ficticios, se adecuan en forma verosímil a los caballeros andantes del siglo xv y a sus empresas, las del segundo grupo son obras fantasiosas, que transcurren en tierras exóticas en un pasado remoto, con la fuerte presencia de elementos maravillosos, tales como dragones, enanos, gigantes, magos encantadores y una exagerada fuerza de los caballeros. Es este último género el que Cervantes critica y parodia, sobre todo, en la primera parte de su obra.
Esta primera parte del Quijote, publicada en 1605, se caracteriza por tener la estructura de los libros de caballerías: forma abierta, carácter itinerante, la figura del caballero como centro y la acumulación de aventuras sin orden lógico. A esto se añade el lenguaje arcaizante que emplea don Quijote, que imita el de este género.
El episodio de los molinos de viento, efectivamente, se abre con la pareja de don Quijote y su escudero marchando sin rumbo por los campos de Montiel, donde descubren una serie de molinos de viento que don Quijote toma por gigantes. La parodia reside aquí, entonces, en la presentación de una situación típica de los libros de caballerías —el enfrentamiento del caballero con temibles gigantes—, pero tergiversada por la locura del protagonista, que no ve lo que sus sentidos le indican sino lo que su fe en los libros que ha leído le dice que debería suceder. Que los molinos son reales y los gigantes una invención de la fantasía de don Quijote es una evidencia subrayada por la voz del narrador, cuya presencia guía al lector para interpretar unívocamente el episodio:

«En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo...»
«Levantose en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse...»
La parodia se observa también en el uso arcaizante del lenguaje que hace don Quijote:
«—Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.»
En este episodio, Sancho Panza, como contracara de su señor, representa la cordura y el buen sentido. Es él quien le va advirtiendo a su amo que lo que él cree gigantes son en realidad molinos, y los supuestos grandes brazos, las aspas que giran. Pero don Quijote, fiel al género en el que cree, interpreta su derrota como producto del encantamiento del sabio Frestón, que terminó por transformar los gigantes en molinos.
El fragmento contiene, además, algunos elementos léxicos cuya forma o significado han cambiado entre el siglo xvii y la actualidad, y sobre los que convendrá llamar la atención de los alumnos: como ejemplo del primer grupo, se encuentra felice —por feliz—; como ejemplos del segundo, suceso —con el sentido de éxito— o pasajero —con el sentido de transitado—. Contiene, también, algunos términos que ya no se utilizan, como despaldado («con la espalda dañada»). Como rasgo característico del lenguaje barroco, muy recurrente en Cervantes, aparece la duplicación de adjetivos con sentido similar o aproximado: fiera y desigual batalla, cobardes y viles criaturas.
Una vez leído el episodio, se puede volver sobre el título del capítulo —«Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación»— para destacar su estructura polifónica: es el narrador el que se hace cargo de nombrar como molinos de viento lo que para don Quijote son gigantes, pero es el punto de vista de don Quijote el adoptado para considerarse a sí mismo valeroso, y calificar de espantable y jamás imaginada a la aventura vivida. Por otra parte, la inclusión de la frase el buen suceso es por completo irónica.
Evidentemente, el Quijote es una obra inagotable en el tiempo escolar, y es deseable que no se agote —y mucho menos que agote a los alumnos—, sino que, por el contrario, les despierte deseos de leer otros episodios, otros capítulos, otros libros de Cervantes y de otros autores de la época, y de ver películas y otras transposiciones basadas sobre la obra. Ésta es la aspiración de todo docente cuando da a leer a sus alumnos los textos que ama, sus propios clásicos, como diría Ítalo Calvino. Pero aun si esto no ocurre, si la mayor parte de nuestro curso no manifiesta entusiasmo por la pequeña muestra que le ofrecemos ni por seguir profundizando en la lectura de Cervantes, no deberemos desilusionarnos todavía: las formas en que los libros actúan sobre los lectores son diversas y no podemos saber cómo operará, en el futuro, el episodio de los molinos de viento en la forma de ver el mundo de quienes hoy son nuestros alumnos.

Mariana Podetti
Licenciada en Letras
Docente universitaria

Notas

[1] Puede consultarse, al respecto, la investigación de Ana María Badanelli Rubio, Universidad Nacional de Educación a Distancia (Madrid), Centro de investigación MANES (Manuales escolares). La exposición virtual El Quijote en la escuela está disponible en el portal de Internet del centro, en
http://www.uned.es/manesvirtual/ExpoTema/MontajeQuijote/quijotes01.html
[2] Y continúa: «Don Quijote y Sancho constituyen ante él, en efecto, dos presencias inmediatas, dos seres ficticios de quienes ha oído hablar antes que hubiera pensado siquiera a ponerse a leer su historia, dos hombres cuya imagen ha visto reproducida muchas veces, cuyo carácter le es familiar, y algunos de cuyos hechos le han sido referidos o conoce como proverbiales.» «La invención del “Quijote”», ensayo publicado en la revista Realidad e incluido en Don Quijote de la Mancha, edición del IV centenario de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española, Santillana, 2004, p. xxix.
[3] Este análisis se puede encontrar en el estudio preliminar de Celina Sabor de Cortázar a El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, editado por Kapelusz, en Buenos Aires, en 1973.
[4] Martín de Riquer, «Cervantes y el “Quijote”», ensayo incluido en la edición del Quijote de la Real Academia Española, ob. cit. en la nota 2, pp. xlv-lxxv.


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