viernes, 7 de enero de 2011

Indigenismo, negritud y mestizaje en la literatura dominicana


Escrito por Manuel Mora Serrano   
DOMINGO 01 DE FEBRERO DE 2009 02:23
Las razas aborígenes en lo que es la isla Española (hoy compartida por dos países independientes: República Dominicana y Haití), el primero ostensiblemente mestizo y el segundo orgullosamente proclamado como la pionera República Negra de América, tienen, como es natural, antecedentes comunes.

La isla de Haití fue cedida a la corona española por el Papa (que se creía amo del mundo) al ocurrir la invasión europea capitaneada por Cristóbal Colón ('desgraciado almirante' como lo llamara Rubén Darío por vivir y morir equivocado totalmente de rumbo y lugar), fue nombrada La Española, estaba poblada por diversas tribus, la mayoría de ascendencia arauaca, dividida principalmente en taínos y caribes, mezclados con ciguayos procedentes de las islas del Atlántico.

A los negros los trajeron del África Occidental desde los inicios del siglo XVI. Los primeros llegaron en 1502. Y luego Isabel la Católica dio permiso en 1503 para que los indígenas fuesen esclavizados si se oponían con las armas en las manos contra la Iglesia. En 1510 Fernando el Católico autorizó el transporte de cincuenta negros de los mejores y más fuertes disponibles para trabajar en las minas de la isla. Los indios fueron exterminados por distintos medios: Abrumados por trabajos en las minas, por extrañas enfermedades traídas de Europa y por los malos tratos de sus nuevos amos que determinaron que muchos se suicidaran en masa antes que vivir en la opresión y aceptar a otros dioses. Los negros los sustituyeron en los trabajos pesados bajo el sistema de esclavitud, como parte del comercio más infame que jamás tuvo la humanidad y como solían alzarse por no soportar las humillaciones y las torturas a los que eran sometidos en nombre de Dios por los blancos ambiciosos, fueron llamados cimarrones.

Los negros en principio eran todos masculinos, de modo que las primeras relaciones sexuales fueron con las nativas indígenas o mestizas. En la literatura dominicana no se registran estas pasiones ni hay cuentos o novelas que narren estas situaciones, a pesar del episodio de Higuemota la hija de Anacaona casada con Guevara que se narra en la novela 'Enriquillo'.

Las narraciones novelescass fueron prohibidas durante la era colonial en las nuevas tierras por Decreto Real, ya que se pensaba que podían influir en el carácter de los nativos. De ahí que su ausencia pudiera justificarse, pero no hay explicación posible para que no surgiera poemas y dramas nacionales que contara y cantaran las relaciones intra-raciales durante el barroco, sobre todo porque el esplendor de la literatura española podía llegar a cualquier rincón de sus dominios si recordamos que era, precisamente, el llamado Siglo de Oro Tirso de Molina, una de las figuras estelares del teatro ibero, vivió en Santo Domingo y declaró que había mucha afición por la poesía.

Y aún en el romanticismo, pocos poetas de la ya República Dominicana (proclamada así al separarse de Haití), creyeron relevante escribir romances o décimas y hasta pequeñas obras de teatro y relatos cortos como los hermanos Alejandro y Xavier Angulo Guridi que habían vivido en Cuba, hasta que apareció  José Joaquín Pérez (1845-1900), que es el primer poeta criollo que enfocó directamente, no sólo el tema indigenista, hasta el extremo de que sus Fantasías Indígenas se considera su mejor obra y le dieron prestigio de pionero, alentando a los poetas a cantarle a la criolla de cutis de canela, es decir, a la mulata y dejó un poema a una negra de la cual exalta su belleza, y se refiere tambié a los negros y a quien él llama "el nuevo indígena" americano, que es el criollo producto de esos cruces raciales.

Precisamente, hablando de este mestizajae, los territorios invadidos por España tienen tal diversidad porque el pueblo ibero era a su vez una mezcla racial como ningún otro en Europa si pensamos que eran descendientes de árabes y judíos, de godos y visigodos, romanos, celtas, etc., de ahí que un cóctel de razas en los postreros años del siglo XVI y los primeros del XVII se fue produciendo en la isla, hasta el extremo de que por razones religiosas, la parte oriental fue abandonada en lo que se han llamado 'Las Devastaciones', y finalmente fue ocupada por colonos holandeses y franceses que fundaron una próspera colonia que demandaba mano de obra esclava en abundancia, dando lugar a que se convirtieran en mayoría abrumadora y tomando conciencia de sus fuerzas frente a los abusos, se rebelaron y mataron a los blancos proclamando su independencia en esa forma revolucionaria como la República de Haití en 1804, antes que cualquier otra posesión europea en América,.

En su constitución declararon que la isla era única e indivisible de acuerdo con la colonia francesa proclamada por Toussaint Louverture, como había sido antes de la llegada de los blancos. Temerosos de que blancos imperialistas ocuparan la parte oriental, se sintieron con derecho de invadirla desde 1822 hasta el 27 de febrero de 1844, fecha en la cual ocurrió la Separación al proclamarse la independencia de la República Dominicana, siendo la primera que lo hacía de otro país americano y no de Europa.

Cedida de nuevo a España en 1863, se restauró la libertad en 1865, con ayuda haitiana. Desde entonces, con todos sus avatares, desaparecidos los indígenas, quedaron los negros y los blancos mezclados de tal forma, que hoy por hoy constituimos la primera república mulata de América.

Este hecho ha provocado reacciones racistas porque la minoría blanca ha poseído tradicionalmente las riquezas y el poder político; aunque un negro puro como Ulises Heureaux ostentó el poder con mano dura y mulatos como Santana, Báez, Luperón, Ramón Cáceres, Trujillo, Balaguer y ahora Leonel Fernández, han ejercido el gobierno y han tenido liderazgos en las masas, sólo otro negro puro también hijo de haitianos como Lilís, José Francisco Peña Gómez, fue un líder seguido y admirado por las masas, aunque no pudo gobernar a pesar de que en unas elecciones masivamente se votó por él.

William BlakeEn un país así, a pesar de sus contradicciones, lo más lógico es que se pensara en una temprana y masiva poesía indigenista o negrista. Pero no fue así a pesar del    romanticismo, la ideología dominante, tan proclive a ello.

Este movimiento, en su vertiente progresista del positivismo produjo los primeros poetas nacionales al final del siglo XIX, influenciados revolucionariametne por los puertorriqueños Eugenio María de Hostos y Román Baldioroty de Castro. Con ellos el socialismo positivista asomó su cabeza.

Toda ideología nueva trae consigo transformaciones culturales y éstas se reflejan en el género dominante, que en Santo Domingo era la poesía, ocurriendo lo previsible. Los tres poetas más importantes, llamados Dioses Mayores: José Joaquín Pérez, Salomé Ureña de Henríquez (madre de los escritores Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña) y Gastón Fernando Deligne, fueron sensibles al tema indigenista, al canto al progreso y a los humildes. El primero publicó sus Fantasías Indígenas en 1877, contra los españoles invasores y en defensa los pobladores originales. Los otros dos escribieron poemas alusivos. La segunda a Anacaona, uno de los poemas más extensos de nuestra literatura y el segundo a Mairení.

Sin embargo, sólo el primero se refirió, como dijimos, tanto a una negra como unos negros y mulatos siempre a su favor.

EL INDIGENISMO DOMINICANO

Sorpresivamente, fueron autores blancos (podría circular en las venas de ellos algo de sangre negra como en todo dominicano real), los primeros en referirse al tema indigenista. La novela más importante del indigenismo antillano, 'Enriquillo' de Manuel de Jesús Galván, y 'Las Fantasías Indígenas' de José Joaquín Pérez, ambos oriundos de la capital de la República, constituyen las obras más difundidas de ese primer "ismo" criollo. Lo de 'Enriquillo' desborda nuestra temática. Hablaremos de las 'Fantasías Indígenas'.

Se trata del primer libro de poemas publicado por un dominicano en el país y es curioso que se tratara realmente de un volumen homogéneo, es decir, con una misma temática. Aun hoy, nuestros poetas editan, en su mayoría, colecciones de poemas, pero no el esfuerzo y la concentración total que precisa una temática única. En ese sentido José Joaquín Pérez editó en 1877 en Santo Domingo el primer libro de versos de autor nacional, sino el primero que tenía esa característica de acuerdo con el título: Fantasías Indígenas: Episodios i Leyendas de la Época de la Conquista i la Colonización de Quisqueya.

Se le ha comparado al Tabaré de José Zorrilla de San Martín, pero la obra del uruguayo data del 1886 y no creemos que conociera la del dominicano aparecido nueve años antes.

Es un texto variado, con diversos cantos dedicados a personajes históricos o literarios como la Vaganiona de Washington Irving, compuesto con diversas medidas y rimas, que concluye con una pequeña novela lírica en prosa: Flor de Palma, en la cual narra los amores desgraciados de la india Catalina (personaje histórico que fue capturada en el Segundo Viaje en una isla el Caribe), con el cacique Guacanagarix, (acusado de traidor ya que fue tan amable con los extranjeros que a ese sentimiento de amistad del criollo con los visitantes se ha llamado Complejo de Guacanagarix), con la intervención de Anacaona y de Caonabo.

En los poemas se destaca el amor a los indígenas, y su derecho a la libertad y se condenan los actos vandálicos de los españoles.  De todos los países americanos, quizás sea en República Dominicana donde se le rinda un culto fervoroso a sus pobladores indígenas. Sobre todo en la santería criolla donde seres como Anacaona, Caonabo, Enriquillo, etc., suelen poseer a los practicantes del vudú dominicano, como en el nivel popular donde veneran a los indígenas como gentes superiores, generosos, inteligentes, capaces de curar enfermedades, etc.. que de algún modo mágico han permanecido vivos, escondidos en el fondo de los ríos profundos.

Esto ha creado mitologías como el culto a la India de los Charcos, una hermosa mujer que sale las noches de luna llena a peinar sus cabellos con un peine de oro para atraer a sus amantes.

Cuando a un dominicano se le dice que tiene rasgos indígenas, se siente muy orgulloso. Anotamos este hecho en el tema de las etnias, porque en otros países donde hay indígenas, ocurre todo lo contrario.

Otro personaje mestizo importante, ligado a los indígenas es la Ciguapa, que se supone mezcla de negro e india, una diminuta mujer con los pies al revés como el Curipira brasileiro que ha inspirado leyendas en prosa y novelas.

Sin embargo, en nuestra poesía, aparte de las Fantasías, y de los poemas de Salomé y Deligne,  el indio ha sido apenas una referencia. Contrario es el caso de los cimarrones, llamado marrones en Haití, con la mitificación de algunos héroes como Lemba y Diego de Ocampo.

NEGRITUD EN EL ROMANTICISMO

Con los negros ha ocurrido diferente a lo que sucede con los indios. Para mucha gente, sobre todo en los niveles económicos más altos, el dominicano siente complejos de la negritud. Se avergüenza de su color oscuro, de sus labios gruesos, de su pelo crespo. Ha inventado colores y matices inexistentes: el mulato es "indio", el negro es "moreno". Si hablamos de alguien que es de un color pardo, decimos que es "color canela" o "indio claro", "indio lavado". He escuchado a personas decir que nunca han tenido relaciones sexuales con una negra. Les he dicho sencillamente: "De lo que te has perdido".

Por eso quizás, el color de la piel no ha sido para nuestros poetas lo más relevante, salvo algunas excepciones. La primera es la del dominicano avecinado en Cuba, Francisco Muñoz del Monte (Santiago de los Caballeros, Santo Domingo-1800, Madrid-1868) con su archifamoso poema 'La Mulata' (Habana, 1845), donde esta mezcla racial aparece revestida de cierta crueldad.

Contrario a lo que sucede en Santo Domingo donde los mulatos han alternado desde el Poder y fuera de él en todos los niveles sociales y salvo algún hecho aislado, nunca hubo lugares (excepto ciertos clubes cerrados), donde los negros no pudieran entrar. En Cuba hubo un racismo feroz comparable sólo al norteamericano, sobre todo porque los mulatos eran puros, hijos de negras y blancos (aunque es justo señalar que también hubo titanes de bronce y sirenas de ébano).

Veamos algunas estrofas de este ya histórico poema:

LA MULATA

Mulata! ¿será tu nombre injuria, oprobio o refrán?
¡No sé! Sólo sé que al hombre     tu nombre es un talismán.

Tu nombre es tu vanagloria     en vez de ser tu baldón; que ser mulata es tu gloria, ser mulata es tu blasón.

Ser mulata es ser candela, ser mulata es imitar en el mirar la gacela, la leona en el amar.

Elástica culebra, hambrienta boa, la mulata a su víctima sujeta, lo oprime, estrecha, estruja, enreda, aprieta, y chupa y lame, y muerde en su furor.

Y destrenzado el pelo de azabache, febril el pecho y la mirada hosca,   retuerce el espinazo, el cuerpo enrosca y los brazos le clava en derredor.

Y sus piernas como alas de serpiente
    en líneas curvas, perpendiculares, parabólicas, rectas, circulares, suben y bajan en continua acción.

Y crujen sus elásticas caderas, y tocados de inmenso magnetismo, cada ojo revela un hondo abismo de apetito, de rabia y de pasión.

Y su delgada y mórbida cintura agitada de internas convulsiones, en mil secretas circunvalaciones se tuerce cual reptil que nos va a herir.

Y crece, y crece la embriaguez en tanto, y crece el suspirar, y la lid crece, y la víctima muerde y se estremece, y agoniza, y sin duda va a expirar.

¡Piedad, por Dios, piedad!

No es piedra el hombre, el placer tiene un límite marcado, oprobio y confusión al desgraciado que salva las barreras del placer.

No lo provoques más, Circe insaciable, la muerte vela en tu flexible lecho, y en el horno candente de tu pecho se enrosca la serpiente del dolor.

¡No más, por dios, no más! No es piedra el hombre.

No hay más que un ser de bronce: la mulata.

Plegaria inútil. Ella goza y mata, abre y cierra la tumba a su querer.

Cuando al son de la lúgubre campana
    a la fosa su víctima desciende,
    la cruel mulata su cigarro enciende, y a inmolar va otro hombre a su placer.

Por el tratamiento final, no hay bondad ni gracia alguna en la mulata que no sea  lo insaciable del sexo.

NEGRAS EN LA POESÍA DOMINICANA DEL ROMANTICISMO Y DEL MODERNISMO

William BlakeAunque tradicionalmente ni el español ni el blanco criollo tuvieron reparos raciales en tener contactos sexuales con  negras, aparentemente sí la hubo entre las mujeres arias y los negros puros. Las mezclas han sido de tal magnitud que si uno se detiene en una calle populosa de cualquier ciudad, diría como un africano que nos visitó: "Nunca vi a África más hermosa que en las calles de Santo Domingo", que no deja de ser un elogio maravilloso que mortificaría a más de un estúpido racista nacional.

Pues bien, hubo reacciones, como dijimos, cuando uno de nuestros más grandes poetas románticos, el principal para quien les habla, el citado José Joaquín Pérez, además de uno de los más hermosos poemas escritos a una negra durante el siglo XIX, 'A Etnaí' (1883), que hemos supuesto anagrama de 'etnia', rompe con siglos de ignorancia racial de nuestras raíces étnicas. He aquí el poema completo:

A ETNAÍ

¿Qué si es bella Etnaí? No lo es acaso el violado clavel, al que no igualan el nítido jazmín, el blanco lirio, y ni aún el mismo nardo le aventaja?

Y ¿quién es Etnaí? Joven oriunda de las salvajes tribus africanas nacida en el Maniel. Graciosa perla que en belleza compite con la garza.

De abierto tulipán el tinte negro su rostro de azabache esmalta, y asoma tras la risa de sus labios de ricas perlas, primorosa sarta.

Verdad que sus cabellos no se tienden
    en luengos rizos por ebúrnea  espalda; la cabeza orgullosa, ostenta altiva bucles rizados por candente lava.

En la curva turgente de su seno
    los dos globos artísticos resaltan cual en las negras sombras de la noche las radiaciones de la Vía Láctea.

No es la bella Etnaí tímida corza,
    humilde oveja, ni paloma mansa,
    ¡sino altiva leona de Numidia
    y de Guinea indómita jirafa!

Se suele deleitar la joven india
    oyendo el dulce susurrar del aura, y la linda trigueña se enamora
    del erguido penacho de la palma; mientras que sólo a mi Etnaí conmueven el ciclón que los árboles desgaja, el turbulento mar que brama airado y el trueno que retumba en la montaña.

Y…¿me ama Etnaí? Cuando sus ojos
    se fijan en los míos, cuando estalla en súbita explosión su amor sublime… ¡a incógnita región vuela mi alma!

No contienen sus besos el almíbar
    que en blanda cera las abejas labran, sino el flúido eléctrico que enciende del cráter de un volcán hirviente lava.

¿Comprendéis a Etnaí? No es la criolla sierva del hombre y del amante esclava, ¡es la reina de Saba que domina al más sabio de todos los mortales!

[1883]

Uno de los poetas modernistas dominicanos, J. Furcy Pichardo, miembro de una distinguida familia, cuando más tarde (1915), veintidós años después de Etnaí, vuelve a cantarle a otra:

LA NEGRA

Su hablar es todo allegros su belleza negra y rara...
¡Hay diamantes muy negros en el carbón de su cara!

Su carne es dura.
Y es fino con cierto corte lupino su perfil original...

Sabe amar amor obscuro, mezcla de llanto y puro con algo intenso y bestial.

Aquí, como vemos, se conforma describiendo físicamente a la negra y no ahonda como Pérez en el alma y los sentimientos, sino que la retrata sólo como un animal sensual que como ser humano apenas sirve para saciar la sexualidad.

Los demás modernistas dominicanos no vieron en la mujer negra un motivo del cantar. Aún los vanguardistas criollos, tan apegados a lo nacional, la ignoraron. De estos solo Moreno Jimenes en su estampa del Haitiano, a su modo pobre, a su modo rico y una mujer negra y mártir, denotan que en el país hay tal mestizaje y tantos negros.

EL CRIOLLISMO Y LA CRIOLLA DE CUTIS DE CANELA

Los poetas dominicanos, aún los más rebeldes, los criollistas, siguieron otra normativa señalada precisamente por José Joaquín Pérez en su poema De América de 1896, que fue una reacción, violenta si se quiere, contra el modernismo exotista de Rubén Darío, al dedicarlo "A un modernista exótico", que entre otras cosas anuncia todo un programa nacionalista, aunque limitado al mestizaje y no a la negritud como tal. Por la trascendencia que este poema tuvo en la poesía dominicana y en el movimiento vanguardista nuestro, lo copiamos in extenso:

DE AMÉRICA

A un modernista exótico

Pues háblame del mundo que conozco,
    de mis flores silvestres, de mis selvas, y deja para el viejo mundo, lotos, clemátidas, orquídeas, crisantemos.

Ponme en contacto con la pompa virgen
    de esta monumental naturaleza,
    de formas y colores y matices
    que el arte no profana ni supera.

Píntame a golpes de la luz del trópico a la criolla del cutis de canela que el beso perennal y voluptuoso del sol en el cenit colora y quema.

Descríbeme torrentes y montañas, cuanto con vida vigorosa alienta en la fértil región americana: ¡en nuestra hermosa, exuberante zona!

No estudies en los libros, sino en ese gran libro que el Creador aquí escribiera, que los granos magníficos contiene del más sublime, original poema.

El siglo XX como era de esperarse, tendría a modernistas y criollistas engarzados en una lucha de fondo, no de forma (la mayoría de los últimos continuaron escribiendo sonetos y poemas rimados y medidos, aunque siguiendo el dogma de Rubén Darío en La canción de los pinos: "¿Quién que es no es romántico?/ y el que no lo sea, que se ahorque de un pino y será lo mejor"), por nuevas temáticas y expresiones, produciendo, naturalmente, al gran poeta satírico popular, a Juan Antonio Alix, un maestro repentista de la décima, que se burló descaradamente de los racistas blancos criollos en muchas de sus producciones, especialmente en una donde le habla a alguien que presumía de blanco, le decía que tenía el negro detrás de la oreja. Expresión que constantemente se recuerda a mucha gente que niega su parentela racial.

En el criollismo que canta a la "criolla de cutis de canela", es decir, a la mulata que no se nombra así, sino como trigueña, del pardo color del trigo o el ridículo mote de india clara, está Arturo Pellerano Castro, llamado el Byron dominicano, que en sus Criollas, para que no hubiera duda de que seguía el postulado de José Joaquín, le canta así a la trigueña:

A TI

A. Pellerano Castro, Byron

Yo quisiera mi vida ser burro,      ser burro de carga,  y llevarte, en mi lomo, a la fuente, en busca del agua, con que riega tu madre el conuco, con que tú mi trigueña te bañas

Yo quisiera mi vida, ser burro,     ser burro de carga, y llevar, al mercado, tus  frutos, y traer, para ti, dentro el árgana, el vestido que ciña tu cuerpo, el pañuelo que cubra tu espalda, el rosario de cuentas de vidrio con Cristo de plata, que cual rojo collar de cerezas rodee tu garganta...
yo quisiera, mi vida, ser burro,     ser burro de carga...

Las princesas azules de los modernistas eran de sangre azul burguesa, ya que en América no había casas reinantes en el siglo 20 ni nobleza alguna. Los aristócratas de la banca y el comercio o de las haciendas agrarias o ganaderas, al fin ocupaban el lugar que la Revolución Francesa les dejaba frente al vacío de la aristocracia de sangre. Y como las uniones seguían dándose en las altas esferas entre arios, tercerones y cuarterones, porque ya no había oficialmente 'limpieza de sangre', pero si de color y de pelo; nada de grifos en sociedad ni advenedizos mulatos, a menos que alcanzaran títulos universitarios o extraordinarias riquezas, pasaportes legítimos a los ascensos sociales para pertenecer a los "clubes de primera" y naturalmente, estas mujeres de ojos azules o esmeraldas, de largas y lacias cabelleras, hijas de extranjeros o de criollos blancos, eran las musas ideales, porque los poetas anhelaban subir también como las enredaderas a los balcones de las Julietas, por la escalera de sus endecasílabos, de ahí la profusión de poemas a las cabelleras, a los ojos garzos, a los labios finos, de los poetas modernistas criollos.

LOS NEGROS CRIOLLOS DE JOSÉ JOAQUÍN PÉREZ

También señalamos que José Joaquín Pérez no se conformó con el indigenismo y el canto a la negra. También exaltó a los mulatos y negros criollos. Daremos ejemplos de ambos. El primero fue titulado "Cocolito"

COCOLITO

La tierra que contiene los despojos
    de aquella raza indómita y bravía
    dio su crudo color a este señor nuevo que tres años no cuenta todavía.

En los ojos relámpagos de águila   surgiendo en ellos, cual de selva oscura, y el cabello con rizos que se enlazan para formar caótica espesura.

La frente alza con el aire adusto
    hacia el cielo, y sus músculos fornidos parecen hechos en un torno hercúleo para ahogar, estrechando, a los vencidos.

No corre, vuela, y sin fatiga alcanza
    al más ligero can en la carrera;
    es un niño titán que hacer  prodigios de tiempos mitológicos espera.

¡Y ese tiempo vendrá cuando en América no se quiera que un palmo sólo oprima la planta audaz de aventureros déspotas que bien se están en su nativo clima!

Es una bravía reacción nacionalista contra los opresores exóticos. Y respecto al nuevo hombre americano, no importa la mezcla racial que tenga, existe este otro poema:

NUEVO INDÍGENA

Brilla en su frente, de sus ojos brota, caldea sus labios y en sus venas arde, con ímpetu de rabia vengadora, el fuego de la raza de sus padres.

Hay veces que sus manos se levantan
    en la actitud de quien luchar intenta; y algo, cual sombra de un dolor que exalta, sus nobles rasgos de titán revelan.

Con los rayos de un foco que deslumbra presta el sol tropical a sus contornos reflejos de la fértil tierra oscura que hollando va con varonil aplomo.

Ese es el vencedor, el dueño, el árbitro de esta inmensa región americana, donde un trono hasta el cielo levantada le brindan en las cumbres sus montañas.

Ese es Guatimozín, es Moctezuma,    es Hatuey, es Caonabo, es Enriquillo, es el que lleva toda un alma ruda evocada del fondo de un abismo.

Y al encarnarla se transforma y crece, porque a la injusta iniquidad antigua se une la nueva iniquidad, que extiende su insaciable, su impúdica codicia.

¡Ese es el de la gloria de Ayacucho:
    el que en México un trono vil sepulta; el que nos dio de Capotillo el triunfo; el que su nombre inmortaliza en Cuba!

Y Europa, la vetusta madre estéril,
    que el vigor de otra savia necesita, sin más fe en sus conquistas, ¡caerá débil, ante ese nuevo gladiador vencida!

LAS VANGUARDIAS Y LAS ETNIAS

William BlakeTodo eso se mantuvo hasta que aparecieron los auténticos vanguardistas, los que rompieron con el lenguaje cortesano y convivieron con el pueblo llano y le cantaron a los negros trabajadores, a las negras y mulatas criollas. Sin embargo, ningún poeta por rebelde que fuera, se había dedicado a escribirle un libro a los negros.

LOS NEGROS EN LA POESÍA DE MANUEL DEL CABRAL

El primero fue Manuel del Cabral en sus 20 poemas negros, donde hay todavía burlas. Del Cabral es ario, como eran arios muchos de los poetas que escribieron poemas negroides y negristas.

En Trópico Picadrero de 1942, Manuel del Cabral, que ya ha vivido en el cono Sur, donde ha sido diplomático, sobre todo en Buenos Aires, presenta la muestra de protesta social más importante referente al negro nuestro:

TRÓPICO PICADRERO

Hombres negros pican sobre piedras blancas, tienen en sus picos enredado el sol.

Y como si a ratos se exprimieran algo...
lloran sus espaldas gotas de charol.
   
Hombres de voz blanca, su piel negra lavan, la lavan con perlas de terco sudor.

Rompen la alcancía salvaje del monte,
    y cavan la tierra, pero al hombre no.
   
De las piedras salta, cuando pica el pico, picadillo fatuo de menudo sol,
    que se apaga y vuelve cuando vuelve el pico como si en las piedras reventara Dios.

Dentro de una gota de sudor se mete
    la mañana enorme —pero grande no—
    Saltan de los cráneos de las piedras chispas que los pensamientos de las piedras son.
   
Y los hombres negros cantan cuando pican como si ablandaran las piedras su voz.

Mas los hombres cavan, y no acaban nunca...
cavan la cantera: la de su dolor.
   
Contra la inocencia de las piedras blancas los haitianos pican, bajo un sol de ron.

Los negros que erizan de chispas las piedras son noches que rompen pedazos de sol.
   
Hoy buscando el oro de la tierra encuentran el oro más alto, porque su filón es aquel del día que pone en los picos astillas de estrellas, como si estuvieran sobre la montaña picoteando a Dios.

LA VOZ DE LOS INMIGRANTES

Aunque todos los negros de América eran inmigrantes de África, el término no se les aplicaba. Ya porque llegaran forzados por la esclavitud, ya porque eligieran esta tierra como los que vinieron desde Estados Unidos de Norteamérica a instalarse en Samaná en 1825. Sin embargo, hubo otra inmigración cuando ya la esclavitud real no existía. Fueron los cortadores de caña. Los haitianos, nuestros vecinos no se han considerado nunca como "inmigrantes" aunque sí como extranjeros. Estos epítetos se han reservado para los negros ingleses, pertenecientes a esas islas colonizadas por Inglaterra principalmente, que llegaban para trabajar en los ingenios, no sólo para cortar cañas, porque muchos eran obreros calificados, especialmente mecánicos y conductores de trenes. Un viejo epíteto de los años de dominación haitiana se reservó a estos trabajadores:  Cocolos. Una forma despectiva de llamar a una especie de negros (no como se dice que es porque venían de Tortola. El término aparece en una crónica de 1845 cuando no había inmigraciones negras en esta parte de la isla).

Aunque tenemos excelentes escritores surgidos de esa inmigración en particular, ya mezclados con criollas, ya con "ingleses" puros, sólo uno de ellos ha dedicado un canto que se ha convertido en un himno. Se trata de Los Inmigrantes de Norberto James Rawlings, cuyos apellidos denotan las raíces albiónicas.

Si una imagen tiene valor de mil palabras, este poema es revelador total de lo que decimos y con ellos concluimos nuestro estudio de ese aspecto de la negritud.

LOS INMIGRANTES

Aún no se ha escrito la historia de su congoja.

Su viejo dolor unido al nuestro.

No tuvieron tiempo -de niños- para asir entre sus dedos los múltiples colores de las mariposas atar en la mirada los paisajes del archipiélago
    conocer el canto húmedo de los ríos.

No tuvieron tiempo de decir:
–Esta tierra es nuestra.
Juntaremos colores.
Haremos bandera.
La defenderemos.

Hubo un tiempo –no lo conocí– en que la caña los millones y la provincia de nombre indígena de salobre y  húmedo apellido tenían música propia
    y desde los más remotos lugares
    llegaban los danzantes.
Por la caña.
Por la mar.
Por el raíl ondulante y frío muchos quedaron atrapados.

Tras la alegre fuga de otros quedó el simple sonido del apellido adulterado
    difícil de pronunciar la vetusta ciudad el polvoriento barrio  cayéndose sin ruido la pereza lastimosa del caballo de coche el apaleado joven requiriendo la tibieza de su patria verdadera.

Los que quedan. Estos.
Los de borrosa sonrisa lengua perezosa para hilvanar los sonidos de nuestro idioma son la segura raíz de mi estirpe vieja roca donde crece y arde furioso el odio antiguo a la corona a la mar a esta horrible oscuridad plagada de monstruos.

Óyeme viejo Willy cochero fiel enamorado de la masonería.
Óyeme tú George Jones ciclista infatigable.
John Thomas predicador.
Whinston Broodie maestro.
Prudy Ferdinand trompetista.
Cyril Chalanger ferrocarrilero.
Aubrey James químico.
Violeta Stephen soprano.
Chico Conton pelotero.

Vengo con todos los viejos tambores
    arcos flechas espadas y hachas de madera pintadas a todo color ataviado
    de la multicolor vestimenta de "Primo" el Guloya-Enfermero.

Vengo a escribir vuestros nombres
    junto al de los sencillos   ofrendaros esta Patria mía y vuestra porque os la ganáis junto a nosotros
    en la brega diaria por el pan y la paz por la luz y el amor.
Porque cada día que pasa cada día que cae sobre vuestra fatigada sal de obreros construimos la luz que nos deseáis aseguramos la posibilidad del canto para todos.

LA MULATA POR EXCELENCIA DE HERNÁNDEZ FRANCO

En cuanto a los mulatos, el gran poema nuestro es Yelidá de Tomás Hernández Franco. Tanto Tomás como Francisco Domínguez Charro dedicaron poemas al Capitán Pancho, Gran Capitán de Goletas, personaje popular del muelle de San Pedro de Macorís y Manuel del Cabral a los mulatos criollos, sin embargo, el equivalente a un himno racial de la isla, ya que la acción se desarrolla totalmente en territorio haitiano, es el poema de Tomás.

Como es muy extenso, veamos sólo algunos versos y con ello concluiremos nuestra charla sobre las etnias en la poesía dominicana, no sin mencionar otros nombres cuyas obras son significativas: Chery Jimenes Rivera nacido accidentalmente en Haití, ario criollo, es autor de La Haitianita Divariosa; Juan Sànchez Lamouth, mulato que a sí mismo se llamaba negro latino; Juan José Ayuso, autor de un libro de la negritud. Bienaventurados los cimarrones y Ramón Francisco con La Patria Montonera, entre los más relevantes.

He aquí a YELIDA:

Un antes

Erick el muchacho noruego que tenía
    alma de fiord y corazón de niebla
    apenas sospechaba en su larga vagancia de horizontes la boreal estirpe de la sangre que le cantaba caminos en las sienes

En el más largo mes del año había nacido en la pesquera choza de brea y redes salpicada casi por las olas
    parido estaba entre el milagro del mar y el sol de medianoche
    de padre ausente naufragado
    nadador ya de algas profundas y arenas sorprendidas de escamas y de agallas y de aletas

Era el quinto hijo para el mar nacido
    Erick creció en su idioma de anzuelo y de corriente fuerza de remo y sencillez de espuma como todos los muchachos de la playa mitad Tritón y mitad Ángel
Pero Erick no sabía nada de eso  –pulso de viento y terquedad de proa–
    aprendió los nombres de los peces de las puntas y cabos la oración del canal y la bahía a los quince años conocía mil golfos y sin contar el ya remoto y salobre seno de la madre    ni un solo pensamiento de noruega   le había caminado entre las cejas rubias

William Blake

Otro antes

Esta no es la historia de Erick al fin y al cabo que a los treinta años ya no era marinero y vendía arenques noruegos en su tienda de Fort Liberté
    mientras la esposa de Erick madam Suquí rezaba a Legbá y a Ogún por su hombre blanco rezaba en la catedral por su hombre rubio

Madam Suquí había sido antes mamuasel Suquiete virgen suelta por el muelle del pueblo hecha de medianoche a toda hora con hielo y filo de menguante turbio grumete hembra del burdel anclado calcinada cerámica con alma de fuente himen preservado por el amuleto de mamaluá Clarise
    eficaz por años a la sombra del ombligo profundo Erick amó a Suquiete entre accesos de fiebre escalofríos y palideces y tomaba quinina en grandes tragos de tafiá para sacarse de la carne a la muchacha negra para ahuyentarla de su cabeza rubia para que de los brazos y el cuerpo se le fuera aquel pulido y agrio olor de bronce vivo y de jungla borracha   para poder pensar en su playa noruega con las barcas volteadas como  ballenas muertas

Pero Suquiete lo amaba demasiado porque era blanco y rubio y cambió el amuleto de mamaluá Clarise por el corazón de una gallina negra que Erick bebió en viernes bajo la luna llena con su tafiá y su quinina y muy pronto los casó el obispo francés  mientras en la montaña el papaluá Luipié cantaba el canto de la Guinea y bebía la sangre de un chivato blanco

En la noche sudada de fiebres y marismas
Erick sin sueño marinero varado sobre la carne fría y nocturna de Suquí
    fue dejando su estirpe sucia de hematozoarios y nostalgias
    en el vientre de humus fértil de su esposa de tierra
    y Erick murió un buen día entre Jesucristo y Damballá-Oueddó
    apagado el pulso de viento del velero perdido en el sargazo
    su alma sin brújula voló para Noruega
    donde todavía le quedaba el recuerdo

    de un pié de mujer blanca que hacía frágiles huellas en la arena mojada

   

    Un después

    Y así vino al mundo Yelidá en un vagido de gato tierno
    mientras se soltaba la leche blanca de los senos negros de Suquí
    alegre de todos sus dientes y de su forma rota
    por el regalo del marido rubio
    y Yelidá estaba inerme entre los trapos
    con su torpeza jugosa de raíz y de sueño
    pero empezó a crecer con lentitud de espiga
    negra un día sí y un día no
    blanca los otros
    nombre de vodú y apellido de kaes
    lengua de zetas
    corazón de ice-berg
    vientre de llama
    hoja de alga flotando en el instinto
    nórdico viento preso en el subsuelo de la noche
    con fogatas y lejana llamada sorda para el rito

Los otros sólo tuvieron la sospecha de un peligro cercano   mientras Suquí descendía su alma por los caminos de noche de su entraña y engordaba en su alegría de matriz de misterio ternura de polen en su hija de llama para cuyo destino no tuvieron respuesta el gallo y la lechuza ni sabían nada el más sabio ni el más viejo

Los peces lo sabían y la noche y la selva y la luna y el tiempo de calor y el tiempo de frío y el alma de garra del pantano y el dios que enmaraña las raíces y las empuja fuera de la tierra y el macho y hembra que en los cementerios enciende fuegos verdes sobre el vientre helado de los muertos y el que está en la garganta de los perros lejanos y el del miedo con sus mil pies y su cabeza cortada Y ésta quiere ser la historia de Yelidá al fin y al cabo

Tacto de clave
flanco sonoro al simple peso de la mirada paladar de fiera cuerpo de eterna juventud de serpiente nuevo para cada luna nueva completa para siempre como el mito hermafrodita en el principio del mundo cuando descuartizaron a los dioses enigma subterráneo de la resina y del ámbar pacto roto de la costilla de oro traición hembra del tiempo libertada

Otro después

Con alma de araña para el macho cómplice del espasmo Yelidá por el propio camino de su vientre asesina del viento perdido entre los dientes de la gruta ahí se estaba vegetal y ardiente en húmeda humedad de hongo y de liquen caliente como todo lo caliente  cosa de hoja podrida fermentada en penumbra tiempo y luna hecha de filtro y de palabra rara  en el agua del charco con su verde y su larva y su ala a medio nacer y su andar de meteoro

Yelidá deshojada a sí y a no por éxtasis de blanco y frenesí de negro profunda hacia la tierra y alta hacia el cielo en secreto de surcos y en misterio de llamas

Final

Será difícil escribir la historia de Yelidá un día cualquiera

Y, de este modo creemos haber demostrado que nuestros poetas, tardíamente, es verdad, se han preocupado por cantarle a los negros, a las mulatas y a los indígenas y lo hicieron los mejores.MANUEL MORA SERRANO (República Dominicana, 1933). Trabalha junto à Secretaria Nacional de Cultura como conferencista e debatedor em diversos lugares do país e no exterior. Atualmente mantém contrato com este órgão para conclusão de várias obras de pesquisa, dentre elas uma História da Literatura Dominicana e Americana. Jornalista, narrador, poeta e ensaísta. Esteve no Ceará em 2008 participando de um encontro ibero-americano de produtores culturais que serviu de base para a criação conceitual da Bienal. Contato: luisero2004@yahoo.com.

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